martes, 3 de octubre de 2017

Junto a la lumbre (III)

Con esta entrada, publico la última parte de mi relato "Junto a la lumbre". La recepción ha sido muy positiva, y espero que este relato os haya gustado. Desde luego es muy gratificante ver cómo la gente disfruta con los que escribes. Muchas gracias por haberlo seguido durante estas tres semanas, y si aún no lo has hecho, no esperes más. 


JUNTO A LA LUMBRE III


-Bueno Don Esmerado, ¿qué me cuentas que no sepa ya de tu vida?.- me preguntó.

-Eso no va a ser fácil, creo que ya sabes todo de mí. Últimamente me van bastante bien las cosas; desde que me mude a Toledo mi vida ha dado muchos giros.

-Sí, ¿en qué sentido?

-En tres años el proyecto de investigación que llevo entre manos va viento en popa. El año que viene si todo va bien, podré hacer una publicación en una revista científica de mucha importancia, lo cual me abrirá más puertas todavía...

-No me refería al trabajo.- el cambio de tema me pilló desprevenido, a lo que solo pude responder con una cara escéptica y una carcajada.- Sí, lo sé, no ha sido muy sutil.-dijo mientras también se reía.

-En el amor últimamente no estoy muy puesto. Diana y yo lo dejamos dos años después de terminar la carrera. Lo que en un tiempo habían sido caricias e intimidad acabó por ser un frío páramo silencioso, donde no se oían palabras ni frases, sino solo viento. El viento de la soledad que sentíamos a pesar de estar juntos, así que decidimos que lo mejor era acabar y que cada uno escogiese su camino. Después de eso hubo personas en las que entré y salí de sus vidas sin hacer demasiado ruido. Hace un año conocí a una chica encantadora, e intentamos sacar adelante una relación seria, pero ella no estaba preparada, y tampoco tengo seguro de que hubiese funcionado. ¿Y qué hay de tu vida amorosa?

Esther se pensó la respuesta, mientras me miraba. En su mirada se leía la duda si ser sincera o parecer fuerte. La duda de si estaba preparada para abrir una herida cerrada con puntadas de aguja erráticas y mal cosidas. El tipo de puntadas resultantes de tener que cerrarse ella misma la herida, porque no tenías a nadie más.

- Bueno, la verdad es que las cosas no salieron como yo esperaba.-dijo un poco temblorosa, mientras terminaba de vaciar la copa de vino. Yo cogí la botella y se la rellené.- Después de una relación de muchos años, me dejaron por otra. Y fue un golpe muy duro para mí. Sé que os lo podría haber contado, sobretodo estando Marta que le ha pasado algo parecido y me entendería. Pero es que...intento no revolver mucho esa parte de mi vida.

- Entiendo que no quieras hacerlo.- dije de forma comprensiva.

En ese momento cogí su mano. No temblaba, pero su piel resultó ser suave fría. Levanté la vista y ella me estaba mirando con esos ojos oscuros y dilatados a causa de la falta de luz. Ella con la otra mano me acarició la barba de mi mejilla. Por un momento dejé de respirar. Mi corazón empezó a revolucionarse, mientras yo no podía dejar de mirar esos dos pozos llenos de oscuridad. Nuestros cuerpos, poco a poco, se acercaron, y nuestros labios se juntaron en un beso cálido y pasional.

-Te he echado mucho de menos.- fueron las únicas palabras que pudieron salir de la boca de Esther, antes de que volviéramos a fundirnos en un acalorado beso, y nos quedásemos dormidos abrazados. A la orilla de la chimenea.

martes, 26 de septiembre de 2017

Junta a la lumbre (II)

Publico la segunda parte del relato propio que presenté al VI Certamen Literario Amantes de Lechago. La verdad es que la primera parte ha sido un éxito, y ha tenido más lectores de los que podía esperar,  gracias a todos por aportar vuestro granito de arena. Espero que os guste esta segunda parte, no dudéis en comentar la entrada con cualquier duda, sugerencia u opinión.

JUNTO A LA LUMBRE II



Por último, se unió Esther. Ella también estaba en nuestra clase, y fue recibida con agrado por el grupo. Desde el primer momento me pareció una chica distinta. Tenía mucho carácter y era la más aplicada del grupo con diferencia. A menudo le tocaba hacer de profesora más que de compañera de estudio. Así el grupo se terminó de consolidar, y durante los años siguientes de carrera fraguamos una intensa amistad. Con el tiempo Esther y yo nos conocimos a fondo, no había secretos entre los dos, pero nunca superamos ese umbral de complicidad. Ambos teníamos pareja durante esa etapa de nuestras vidas, especialmente Esther, que llevaba con su novio desde la secundaria, y esa historia parecía de las que acaban en un altar con muchos invitados vestidos de gala. Años después, había sonado el móvil, y el grupo se volvió a reunir, para que esas experiencias no cayesen en el olvido, y qué mejor que sacar las botas de campo y pasar juntos un fin de semana en la montaña. 

-Madre mía, qué buena pinta tienen estos tallarines con ternera. Marta, Ricardo...estáis hechos unos chefs.- comentó Alberto comiéndose con la mirada el plato que le habían servido.

-No solo tiene buena pinta, sino que además está muy rico. Quién lo diría.-dije al probar la comida.

- Sí, ¿cómo ha cambiado la cosa, eh? ¿Os acordáis de cuando Ricky dejó la residencia y se fue a un piso por primera vez? Quemaba hasta las tortillas francesas.-dijo entre risas Ana.

-Por algo las cenas nunca se hacían en su casa.- Esther se acababa de unir al bombardeo de burlas.

-Pues ahora en casa me tiene encantada. Pasó una temporada cuidando a su abuela en el pueblo, menudo curso intensivo de cocina. Volvió hecho un cocinitas. Además innova mucho en sus recetas, y se deja la piel en cada plato.- dijo Ana dedicándole una sonrisa a Ricardo. Este se la devolvió y cariñosamente la cogió de la mano.

Las cosas habían cambiado un poco. Ana y Ricardo empezaron a salir durante el último curso de carrera, y ahora estaban prometidos. La boda sería el invierno siguiente; una ceremonia a la que por supuesto el "escuadrón" asistiría. Esther lo había dejado con su pareja hacía un año, sin más; como ya estábamos distanciados ninguno sabíamos muy bien qué pasó. Por otro lado Marta acababa de cerrar un episodio sentimental de varios años, al descubrir una infidelidad; y Alberto seguía sin atarse a ninguna persona. Su comportamiento era cínico acerca de las relaciones, siempre lo había sido. A lo mejor nunca cambiaría, o a lo mejor aún no había encontrado esa persona que te rompe los esquemas, y que le da un vuelco a tu concepción del amor. 

Después de la cena, nos trasladamos a los sofás que habían enfrente de la chimenea, y Alberto y Ricardo sacaron un par de botellas de ginebra, se pusieron a preparar unos gin-tonics. La primera copa se esfumó entre anécdotas y carcajadas. Cuando empezaron a preparar la segunda, me fui a la cocina y saqué la botella de vino que no nos habíamos acabado durante la cena. Era un tempranillo muy bueno. Esther, adivinando mis pensamientos, me pidió que le cogiese una copa a ella también. Así que eso hice, cogí las dos copas y la botella y nos sentamos los dos en el suelo, apoyándonos en el sofá, mientras las risas y el calor de la llama nos envolvían. Conforme avanzó la noche, nuestros compañeros se fueron despidiendo y yéndose a sus respectivas habitaciones. Cuando se levantaron Ana y Ricardo, que eran los últimos, la habitación se quedó llena de un aire tranquilo y oscuro. La única luz de la habitación venía de la chimenea.

martes, 19 de septiembre de 2017

Junto a la lumbre

Aquí os dejo, queridos amigos, un relato propio que presenté al VI Certamen Literario Amantes de Lechago. La historia de por qué decidí comenzar a escribir no es sencilla de plasmar en un papel, no obstante este relato no es muy largo y tiene la extensión suficiente para hacer una tirada de tres entradas, las cuales subiré, una cada semana. Es una obra propia y le tengo mucho aprecio, sobre todo, porque es la primera. En caso de que os guste utilizad los comentarios. Espero que os guste.


JUNTO A LA LUMBRE


El olor a pino quemado había inundado casi toda la sala de estar. En el fondo de ésta, en una chimenea de piedra adosada en la pared, el fuego comenzaba a calentar la estancia. Esporádicamente se producían belicosas explosiones en el interior de la llama, producto de la combustión de la resina seca presente en los leños.

Me quedé mirando ensimismado  las bailarinas llamas, como si no hubiese cinco personas más en la casa. Como si, en ese momento, solo existiese el fuego. Y es que el fuego tiene ese carácter mágico, que te hace abstraerte de la realidad, calmando tus pensamientos y aclarándote la mente.

-Eh, Don Pablo Esmerado. ¿Por qué no pones la mesa? Hoy de la cena se encargan Ricky y Marta.

Las palabras me sacaron de mi sopor, y aunque sabía perfectamente quién era la propietaria de la voz, me giré tranquilamente y en silencio para mirar a Esther. Llevaba el pelo mojado y se había puesto ropa cómoda y unas sandalias. Se dedicaba a desenredarse el pelo recién lavado con un cepillo.

-Ya voy Doña prisas, parece que aquí uno no puede ni tomarse un descanso. ¿Ya habéis dejado libre la ducha?

-Sí, ya es toda tuya; aunque no sé si te quedará agua caliente.- dijo arqueando la ceja, dándole un aire malvado a su cara de niña buena.

-Pues lo primero es lo primero, ya te ayudo en cuanto termine. Voy corriendo antes de que se me cuele Alberto, que se puede pegar una hora ahí dentro.

Me levanté de un salto y me dirigí a una habitación adyacente a la sala de estar. Era una habitación amplia, amueblada de forma sencilla pero con cierto encanto. Nada más atravesar la puerta había dos camas simples con sus respectivas mesillas de noche, una a cada lado de la puerta; y un único armario de pino al fondo. Al fin y al cabo eso era una casa rural, no un hotel.

Cogí la toalla y una muda de ropa limpia y ocupé el baño. Era el momento de quitarme el polvo y el cansancio, me di una ducha de agua caliente, aunque poco a poco reducía la temperatura a la que salía el agua hasta que el frío caló mis huesos y relajó mi cuerpo.

El fin de semana estaba siendo muy divertido. Apenas hacían dos semanas desde que sonó el teléfono móvil, y la pantalla se iluminó con el nombre "Esther Universidad". Habían pasado seis años desde que habían acabado el Grado en Farmacia en la Universidad de Valencia; y cuatro desde la última reunión del "escuadrón de biblioteca". Seis años... No habían sido el típico grupo de amigos que encajan desde el primer día. Todo empezó cuando Alberto y yo, que éramos amigos de la infancia, empezamos a quedar para preparar el examen de Química Orgánica en el segundo curso. Esta asignatura tenía fama de ser una de las más duras de la carrera, la cantidad de repetidores en nuestra clase lo corroboraba, así que empezamos a estudiar en octubre. A los pocos días nos dimos cuenta que Ana y Marta, dos compañeras de clase, también habían decidido empezar a estudiar con antelación, así que empezamos a quedar los cuatro juntos. Con el tiempo empezamos a compaginar la biblioteca con alguna cerveza en la cantina de la facultad. A lo largo del cuatrimestre, se unieron dos personas más; Ricardo y Begoña, novios desde primero de carrera. Aunque Begoña estuviese estudiando Ciencias Biológicas, muchas veces nos acompañaba; pero cuando ella y Ricardo cortaron durante tercero, ella se distanció del grupo y pasó a ser una de esas personas con la que has tenido muchas vivencias, pero que solo le dedicas un hola, ¿qué tal? cuando te la cruzas por la calle.

sábado, 7 de enero de 2017

Croquetas en la mesa

Han pasado cuatro años desde que pasé mi primera semana universitaria en Valencia. Recuerdo vivamente como, después de siete días, volvía a casa para celebrar con los amigos las fiestas del Santo Cristo. Me inundaba una sensación de tristeza, habían sido unos días estupendos con gente nueva, y me daba melancolía marcharme. Pero por otro lado quería contarle a mis amigos todas las anécdotas vividas en esa semana, como cuando un compañero se abrió una brecha en la cabeza al chocar contra el parasol del edificio.

Han pasado tres años,  mira tú por dónde, ahora el que lleva la brecha soy yo. Las cosas van en dirección contraria. Mientras atravieso el Valle del Jiloca en dirección a Valencia, no para de inundarme la tristeza y la pesadumbre de alejarme de mi casa, de mi familia, de mis amigos. Como Tolkien comenta en su obra, basándose en la concepción de San Agustín del Bien  y del Mal:

   "Hay quien piensa que solo un gran poder puede enfrentar al  Mal.  Pero eso no es lo que yo he visto. Yo he visto, que son las cosas cotidianas las que mantienen el Mal a raya.  Los actos sencillos de amor".

Un bando de grullas cruzando el horizonte, el olor de la madera ardiendo en la chimenea, un pastor cuidando del rebaño a varios grados bajo cero. Las pieles de naranja secándose al fuego, la visita inesperada de un amigo que te despide en la estación, las anécdotas que intercambias con quien no ves desde agosto  no verás hasta abril. Croquetas en la mesa,  paseos de la mano de tus abuelos. El frío que te hiela la cara y los guantes que calientan las manos. Una hoguera por los que se van de casa y una vela por los que no vuelven. Unos prismáticos observando un herrillo y un huevo de gallina recién puesto.

Fue muy sabio quien dijo que no echas en falta algo hasta que ya no lo tienes. Que afortunado que soy por tener todo esto todavía. Que afortunado soy por ser de aquí, de Calamocha. Y cuánto le debo a quienes permiten que esto siga siendo así.

domingo, 11 de septiembre de 2016

El Camino de Santiago, siete días de ilusión.

La pregunta que más escuchas cuando vuelves es, ¿qué tal el Camino?...Buff, menuda pregunta. Cada vez que intento responderla no encuentro una sola palabra que pueda expresar mi experiencia, necesitas darte tiempo, para moldear la idea y poder obtener una descripción cercana.

Para empezar, el Camino de Santiago ha sido el VIAJE del verano, por excelencia. Aunque rehusé la propuesta de mi amiga Cristina en Junio, me dije a mi mismo: -Macho, vaya planazo. Pero por horario laboral no tenía seguro que fuese a poder hacerlo. No fue hasta que, por casualidad, me enteré de que mis amigos del Colegio Mayor Álvaro y Aleix también iban, entonces me di cuenta de las posibilidades que ofrecía este viaje. Se trataba de un viaje que organizaban unas estudiantes universitarias de Valencia, se hacían llamar HAKUNA, y lo ofrecían a quién tuviese ganas de aventuras. Total, que acabamos yendo 32 personas que apenas nos conocíamos y yo, cómo no, estaba ahí de carambola.

Lo que no podía esperar es que 31 personas te puedan cambiar tanto en apenas siete días. Después de esto he llegado a una conclusión, estar con personas buenas te hacen querer ser mejor persona. Por que desde luego, que todos eran bellísimas personas. Durante todo el Camino, tanto en los albergues, en las caminatas, en las cenas, en las barbacoas, en las horas de canto, el aire que se respiraba era alegre. Nos acabábamos de conocer y aun así nos veíamos, nos comprendíamos y finalmente, nos alegrábamos de estar compartiendo este viaje.

 Pasar una semana atravesando Galicia ha sido extraordinario, acostumbrado a ver pinares y carrascales secos, de repente te topas con un paisaje mucho más verde y nutrido, lleno de roble carballo (Quercus robur) y plantaciones de eucaliptos (Eucaliptus). Caminar de madrugada entre la niebla matinal y encontrarse a vacas cada cien metros ha sido lo normal. Seguramente, si ya llevas tiempo leyendo este blog o si me conoces, sabes que siempre tengo algún libro en la cabeza. Tuve la suerte de leerme el año pasado el libro Iacobus de Matilde Asensi, que narra la historia de Galcerán de Bonr, alias Il Perquisitore, un monje de la Orden Hospilataria que realiza la ruta jacobea intentando resolver la misteriosa desaparición de monjes templarios tras las disolución de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo en 1314. No está mal mezclar un viaje con un poco de literatura.

Como recuerdo, podría llevarme todo lo vivido y experimentado estos siete días. Pero en primer lugar van las personas. Gracias a Aurelio, Aleix, Cobachín , Cris, Estefi, Jaime, María, Nacho, a las Isabeles,  a las Sonsoles y a las gemelas, a Nacho y Mariamparo, Rubén, Javi, Pablo, Arantxa, Clara, Eugenia, Carmen 1 y Carmen 2, a Marina, Teresa y Pilar. Y como olvidarme de Chiki, Pilar, Carla y Juan Pablo, que se han encargado de organizar todo esta viaje, cosa que no ha sido nada sencilla.


Con esto despido ya la entrada, muchas gracias Hakuna por organizar este viaje y reunir a gente tan increíble.
Buen Camino.


martes, 16 de febrero de 2016

Excursión a Peña Palomera

Estaba yo la semana pasada dudando de qué hacer conmigo mismo. Había acabado ya mi "relajado" mes de Enero universitario; en el que dediqué todo mi esfuerzo a prepararme los exámenes; tras los cuales lo celebré por todo lo alto, para bien o para mal.
En esas me encontraba, cuando de repente se me ocurre hacerles una visita a mis padres, y pasar el fin de semana en Calamocha. Este plan me gustaba, porque después de un mes y medio en Valencia, necesitaba un poco del aire fresco (aunque sería sincero si escribiese frío) y seco de mi amado Teruel. La idea se transformó decisión cuando mi padre me propuso subir la montaña Peña Palomera; una cumbre de 1533 metros a la altura de Torremocha, que debido a sus escarpadas paredes es uno de los picos más singulares de la zona.


Así que el sábado por la mañana, nos pusimos las botas, cogimos los prismáticos y nos montamos en Gorro Royo, nuestro viejo Renault 4L y viajamos hasta la falda de la montaña, a apenas una hora de nuestra casa en Calamocha. Conforme nos aproximábamos nos adentrábamos por un cañón de calizas jurásicas, por el cual avanzábamos lentos, ya que nos parábamos cada poco a hacer  fotografías o a observar algún ave.


Una vez salimos del cañón que atravesaba la cordillera de Peña Palomera, llegamos a la ermita de La Virgen del Castillo, donde sorprendimos a cinco cabras montesas (Capra pyrenaica) que bebían de un arroyo cercano. Iban dos hembras adultas y tres crías. Con una temprana observación comenzamos el ascenso alegres y atentos a los pajaricos que se cruzaban en nuestro camino. Calandria, gorrión chillón, cornejas y hasta algún alcaudón real se dejaron ver. Sin embargo mi padre y yo llevábamos dos objetivos para ese día, avistar el acentor alpino y el treparriscos, dos especies esquivas que sospechábamos que se encontraban en la montaña. Los llamábamos nuestros búhos nivales haciendo referencia a la dificultad de encontrarlos.

Tichodroma muraria, comúnmente conocido como treparriscos, con su plumaje carmesí

Después de una breve parada debida por el berreo de un macho cornudo de cabra, tomamos un desvío a la derecha en el camino que, tras un empinado tramo, desemboca en una desarbolada pradera. Empezamos a darnos cuenta de que a causa de la altitud, a las carrascas y rebollos ya no les gusta tanto crecer, y su ausencia provoca largos parajes de hierba sin arboles. Es allí donde vemos al primero de nuestros objetivos, mientras observamos inas cabras en un peñasco cercano, nos sobrevuela una bandada de pájaros alegres que nos cantan. En cuanto se posan mi padre me dice entusiasmadoi :
 -Ahí está, es el acentor alpino.

Prunella collaris, el acentor alpino Resalta su bonito plumaje pardo en el abdomen.

Paraje perfecto para avistar el acentor alpino. Le gustan sitios con poca cobertura y rocosos.

Aunque me costó reconocerlo lo acabé reconociendo. Preseguimos nuestra ruta hacia el pico, que básicamente consistía en crestear, ya que casi nos encontrábamos a la altura adecuada, y china chana continuamos nuestra marcha.  Al poco tiempo, llegamos a un collado pelado de árboles desde el que vislumbramos ya el pico. En estos prados le gusta pastar a la cabra monté, puesto que se encuentran rastros suyos y excrementos por todos los sitios.


 Nos dedicamos a merodear las paredes de la cresta para intentar localizar a nuestro segundo "búho nival"; el treparriscos, un paseriforme hermoso que se caracteriza por tener las alas de color carmesí. Dándonos por vencidos al no verlo, coronamos el pico y almorzamos cerca de él, en un sitio un pico más resguardado del viento.




Es bonito ver como las sabinas crecen en medio de un toque vertical, donde no los hace nada más. Esto me recuerda a una frase que nos dijo un anciano de Ababuj a mi padre y a mí hace cuatro veranos cuando recorríamos el río Alfambra buscando chopos cabeceros. La frase decía, "esos arboles que crecen en la pobreza, de forma austera, sobreviven a lo que les eches", refiriéndose a un chopo que había crecido  colina arriba, muy lejos del río. El chopo es una especie que requiere mucho agua y vivir en un sitio con tan poca humedad de suelo puede ser un problema para el árbol.



Como ya se iba haciendo la hora de comer y el tiempo no nos sobraba, hicimos una bajada de la montaña bastante más rápida, con menos paradas. A la vuelta a casa, tuve la aventura de coger el Renault 4 para volver a casa, el cúal es un coche sensible y que le gusta guerrear (tenemos un pique mutuo), pero el viaje fue sinceramente muy agradable y fácil de manejar comparado con experiencias anteriores. Y así volvimos a casa, sin ver a una de nuestros trofeos; así es la vida, no siempre se gana.