sábado, 5 de mayo de 2012

Alzaos una y otra vez hasta que los corderos sean leones

-Un rey no negocia la lealtad que todo súbdito le debe. Sin la lealtad, no hay reino, ¡no hay nada! .-dijo el rey.

Se hizo el silencio, le estaban recriminando al rey de Inglaterra su injusticia y crueldad, pero lo único que iban a conseguir era ser la próxima cena de los perros.

De entre la gente apareció un hombre, bajo y fuerte, que decía venir en nombre de un noble, aunque no vestía como tal. Se puso enfrente del rey Juan y le dijo:

-Vengo en nombre de Sir Walter Loxley.

-Hablad, si debéis hacerlo.- Le contestó el rey.

-Si pretendéis construir el futuro, debéis asentar fuertemente los cimientos. Las leyes de estas tierras someten al pueblo a su rey. Un rey que exige lealtad, pero que no ofrece nada a cambio. Yo he recorrido de Francia, a Palestina y vuelta. Y yo se que la tiranía solo alberga el fracaso.

Algunos valientes comenzaron a vitorearle, apoyarle y secundarlo por lo bajo, pues el rey estaba atento a ellos, pero a su vez perplejo por las palabras de aquel hombre.

-Un país se construye como un catedral, desde la base hacia arriba. Dad poder a todo hombre, y vos ganareis fuerza.

-Vaya quien se opondría a palabras tan razonables.- dijo el rey con tono de mofa, intentando quitarle dramatismo a la situación.

El pueblo había pasado de unos poco murmullos a grandes gritos de sinceridad, estaban de acuerdo con el sirviente de ese tal Loxley. Eran más de 500, el rey no podía ajusticiar a tantos, si intentaban poner al rey en su sitio todos a la vez, quizá lo lograrán sin salir muy escaldados. La unión haría la fuerza.

-Si su majestad quisiese ofrecer justicia; justicia en forma de una carta de libertades, que permita a cada hombre proveer a los suyos, estar a salvo de ser condenado sin una causa o encarcelado sin cargos. ¡Trabajar, comer y vivir del sudor de su propia frente! y ser tan feliz como pueda; ese rey sería grande, y no solo recibiría la lealtad de su pueblo, sino también su amor.

-¿Y qué es lo que queréis?¿Un castillo para cada hombre?.- contesto el rey para defenderse de las ardientes palabras de Robin.

-¿Y por qué no?- respondió una de las personas presentes en la plaza de aquel inhóspito pueblo donde el rey había reunido a su ejército.

- Para todo inglés su hogar es su castillo.- dijo Robin Longstride a la vez que todos los presentes profirieron un grito de júbilo y apoyo- Lo que pedimos, majestad, es libertad. Libertad por Ley, que es lo que todo hombre se merece.

Unos meses después de esto, el rey Juan I de Inglaterra, también conocido como Juan Sin Tierra, hermano de Ricardo Corazón de León, firmo la Magna Carta Liberatum o Carta Magna, en la la que el y todos los nobles ingleses se comprometían a crear leyes que buscasen el beneficio del pueblo, y no el beneficio propio.

Alzaos una y otra vez hasta que los corderos se vuelvan leones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario