sábado, 7 de enero de 2017

Croquetas en la mesa

Han pasado cuatro años desde que pasé mi primera semana universitaria en Valencia. Recuerdo vivamente como, después de siete días, volvía a casa para celebrar con los amigos las fiestas del Santo Cristo. Me inundaba una sensación de tristeza, habían sido unos días estupendos con gente nueva, y me daba melancolía marcharme. Pero por otro lado quería contarle a mis amigos todas las anécdotas vividas en esa semana, como cuando un compañero se abrió una brecha en la cabeza al chocar contra el parasol del edificio.

Han pasado tres años,  mira tú por dónde, ahora el que lleva la brecha soy yo. Las cosas van en dirección contraria. Mientras atravieso el Valle del Jiloca en dirección a Valencia, no para de inundarme la tristeza y la pesadumbre de alejarme de mi casa, de mi familia, de mis amigos. Como Tolkien comenta en su obra, basándose en la concepción de San Agustín del Bien  y del Mal:

   "Hay quien piensa que solo un gran poder puede enfrentar al  Mal.  Pero eso no es lo que yo he visto. Yo he visto, que son las cosas cotidianas las que mantienen el Mal a raya.  Los actos sencillos de amor".

Un bando de grullas cruzando el horizonte, el olor de la madera ardiendo en la chimenea, un pastor cuidando del rebaño a varios grados bajo cero. Las pieles de naranja secándose al fuego, la visita inesperada de un amigo que te despide en la estación, las anécdotas que intercambias con quien no ves desde agosto  no verás hasta abril. Croquetas en la mesa,  paseos de la mano de tus abuelos. El frío que te hiela la cara y los guantes que calientan las manos. Una hoguera por los que se van de casa y una vela por los que no vuelven. Unos prismáticos observando un herrillo y un huevo de gallina recién puesto.

Fue muy sabio quien dijo que no echas en falta algo hasta que ya no lo tienes. Que afortunado que soy por tener todo esto todavía. Que afortunado soy por ser de aquí, de Calamocha. Y cuánto le debo a quienes permiten que esto siga siendo así.

3 comentarios:

  1. ¡Qué bien escribes, Chabi! Aparte de lo emotivo del contenido, que lo es, me gusta mucho tu estilo literario. Mi felicitación.

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  2. Conozco perfectamente esa sensación Chabi... desde hace más de 18 años, la primera vez que marché fuera a estudiar. Tengo cartas escritas desde ese mismo tren, hacia la misma dirección, hablando de esa misma nostalgia, de esa morriña.

    Nos enseñan para prepararnos académicamente. La novedad de los primeros años va despejando y poco a poco nos vamos dando cuenta, cruelmente, que a medida que vas terminando los estudios la necesidad laboral te hará ir de aquí para allá, pero casi siempre lejos de lo que quieres.

    Se echa en falta una escuela de emprendedores, alguien que un día te pregunte qué sabes hacer y te diga que con lo que sabes si te vas es porque quieres, que hoy en día uno puede desarrollar su negocio donde quiera y que hay oportunidades. Para cuándo un poco de luz, hasta cuándo seremos la cantera de la gran ciudad. Ya son más de 50 años de talento, de savia nueva saliendo al exterior. Al igual que los bosques, los pueblos necesitan regeneración natural. Pero a día de hoy pocos quieren y/o pueden volver...

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  3. Me gusta mucho la forma en la que redactas, tiene un tono de melancolía, que va a la perfección con los sentimientos que describes en el texto. Gracias por compartir tu vivencia en la red con nosotros. Saludos.

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