miércoles, 19 de noviembre de 2014

Excursión en las hoces del río piedra

Puede que la crónica de esta pequeña aventura llegue un poco a destiempo, pero ya se sabe...mejor tarde que nunca. Este relato comienza el 8 de Julio del verano pasado; cuando felizmente, acabe mi primer curso del grado de Biología realizando el examen de la asignatura de Física. Cansado tras la larga prueba cuatrimestral, recogí las cosas que me quedaban en mi residencia de Valencia, y volví a Calamocha para dar comienzo a mi verano. Cómo buen hijo de vecino, unos días antes de acabar exámenes había estado pensando en mi lista de cosas que hacer en  mis vacaciones y había una de ellas que resaltaba un amarillo chillón de haber sido subrayada varias veces por mis neuronas. Una Acampada.


El plan se preparó rápido, como si fuesen piezas de un puzzle que encajasen solas. Antes de acabar el día ya tenía compañeros mochileros; Jorge, Esther y Lucía. Al día siguiente a mitad de tarde llegamos a Torralba de los Frailes, y metiéndonos por un camino, nos dejaron a la entrada de las Hoces del Río Piedra. Andando y de buen ánimo, recorrimos el fondo del cañón hasta sobrepasar unos cuanto meandros. Escogimos (un poco mal por cierto, ya que estaba inclinado) el terreno sobre el que acampar, y allí montamos la tienda de campaña y dejamos las mochilas. Paseamos por los distintos barrancos del cañón y trepamos algunos peñascos, lo mejor para ir abriendo el apetito. Cuando el sol empezó a bajar, sacamos los bocadillos y nos dispusimos a preparar los sacos, ya que, a diferencia de los pueblos y las ciudades, en el monte al caer la noche la oscuridad inunda lenta y vagamente el paisaje.








La noche transcurrió con risas hasta medianoche, cuando la mayoría decidimos dormirnos,...pero ahí no acabo todo. A eso de las dos de la madrugada, me desperté aun medio dormido por un sonido, parecía que alguien estuviese gritando. Eran sonidos cortos, oscos y muy fuertes; me giré pensando que alguno de mis amigos estaría haciendo alguna broma o el tonto, pero no. El gemido resonaba en todo el cañón, y cuando ya parecía que estaba muy cerca Lucía dio unas palmadas que ahuyentaron al animal.Al día siguiente me levanté una hora antes que el resto y subí a lo alto del cañón. Cuando escuche que se levantaban bajé a desayunar y ya, cuando nos preparamos comenzamos la excursión arroyo abajo.

La mañana era inmejorable, un sol cálido mezclado con la fría agua de rocío de la hierba nos acompañaron hasta las diez de la mañana. Tuvimos la suerte de ver varios nidos de buitres leonados, algún halcón peregrino y un alimoche. La aventura acabó en torno al mediodía cuando recogimos el campamento y volvimos andando hasta el pueblo, donde nos esperaba para llevarnos de vuelta a casa. Sin duda uno de los mejores momentos del verano.








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